Eres hermosa Ocaña de mis amores, eres el recuerdo viviente de donde vengo. Crecí en tus calles empinadas, jugando al ponchao, a cacho libertad, al trompo y los boliches, cazando las chicharras para escuchar el sonido de la naturaleza en mis manos.
Recuerdo el frío despertar mañanas, la arepa con queso antes de ir a estudiar, nunca olvidaré las tardes de agosto montado en un cocoto comiendo el manjar celestial, ese que marcó nuestros recuerdos para siempre. Oh mi Ocaña, cuanto quisiera volver a repetir esas tardes elevando barriletes con mis amigos.
Ocaña, te escribo estas palabras porque estás en mi corazón, eres la esencia de lo que soy y el sueño de lo que anhelo ser. Mi alma se legra con tan solo pensar en las navidades junto a la familia comiendo buñuelos con conserva y tamales con pan ocañero. Si recordarte es un aliciente al alma, sentirte y disfrutarte es una inyección de vida y placer.
Ocaña, en ti vive el eco de mis risas de niño, el aroma de la cocina de mi madre, el calor de los abrazos familiares y el murmullo sereno de tus noches estrelladas. Eres más que calles y montañas; eres el latido constante que me recuerda quién soy y de dónde vengo.
Amarte no es un acto consciente, es una necesidad del alma, un fuego que nunca se apaga. Por ti aprendí que el amor verdadero no se mide, se siente; y en cada rincón tuyo encuentro motivos para seguir soñando.
Quisiera que todos quienes te pisen vean lo que yo veo: la nobleza de tu gente, la magia de tus tradiciones, el abrazo de tu historia y la belleza incomparable de tus paisajes. Eres un poema eterno, una melodía que nunca deja de sonar en mi corazón.
Ocaña, amarte es vivir, y vivir es un privilegio si se hace en tu regazo. Mientras haya aliento en mi pecho, tú serás mi mayor orgullo, mi refugio y mi más puro amor.
Cuando llegue el día en que mi vida alcance su ocaso, quisiera que fuera en tus brazos, entre tus montañas, bajo tu cielo infinito. Porque contigo aprendí que la verdadera riqueza no está en lo material, sino en los recuerdos que llenan el alma y en los lazos que el corazón nunca rompe.